31 oct 2014

Josiah Harlan: El hombre que pudo ser rey





El hombre que pude ser rey (1888) es una genial obra literaria de Rudyard Kipling, sí, también autor del archifamoso Libro de la selva. Quizá sea muchísimo más conocida la adaptación cinematográfica que hizo John Houston (otro genio) en 1975, de nombre El hombre que pudo reinar, y que contó con la interpretación de Sean Connery, Michael Caine y Cristopher Plummer ¡¡¡casi nada!!!.
A grandes rasgos la película narra las peripecias de dos trileros y estafadores, sargentos del ejército colonial británico llamados Daniel Dravot (Sean Connery) y Peachy Carnehan (Michael Caine) que emprenden un duro viaje para conquistar el legendario reino de Kafiristán. Tras cruzar el Himalaya y recibir la ayuda el gurkha Billt Fish, conquistarán un pequeño reino y Dravot será investido como rey. En la película los guiños a la masonería son constantes (no hay que olvidar que Kipling fue un destacado masón) , y es gracias a un colgante que lleva Dravot con el emblema de la masonería y que le entrega el mismo Kipling antes de la expedición, el que hace que los monjes de la zona lo identifiquen como el sucesor del último rey que habitó los palacios, Alejandro Magno, que dejó un sello coincidente (el compás, la plomada y el ojo). 
Bueno, tampoco quiero revelar el final de la película, pero sí os invito a que la veáis ya que se trata de un clasicazo en toda regla. Lo que sí quiero contar es la historia real en la que se basó Kipling para realizar el libro El hombre que pudo ser rey; se trata de Josiah Harlan, quien no tuvo un final tan poético como el de Dravot pues terminó sus días como persona non grata para los británicos. 
Harlan, cuáquero, francmasón, aventurero y admirador de la figura de Alejandro Magno salió el 1829 de Pensilvania, sin nada, a tierras afganas para hacerse con un territorio donde instaurar un reino y ser rey del mismo. La cosa suena a andanza romántica, donde un rey se hace así mismo, conquista tierras insospechadas haciendo frente a todas las adversidades posibles y obtiene su reino no sin sangre derramada...pero no más lejos de la realidad, Harlan quiso llegar a su futuro reino montado en un elefante. Tras embarcarse rumbo a Oriente llegó a la India; estando allí le llegó una carta donde le decían que su prometida se había casado con otro, así que ni corto ni perezoso, Harlan se prometió no volver nunca a EEUU y se dedicó a la aventura, a la búsqueda de fama y como no, a la búsqueda de un reino. 
Tras ponerse al mando del exiliado rey afgano y poner rumbo a Kabul, Harlan sin comerlo ni beberlo se introduce en el Gran Juego de las potencias europeas por el control de Asia Central, sobre todo de Gran Bretaña y el Imperio ruso. En su marcha a Kabul le pasó de todo, luchas con tribus, penurias, hambre y tras diferentes vicisitudes abandonó su misión encomendada y retornó a la India. 
Su carácter aventurero y su empeño por conseguir su afamado “reino”, le hizo buscar nuevas aventuras en Punjab (cerca de Afganistán), donde se vio envuelto en un revuelta entre afganos y el pueblo sikhs. En este caso tomó partido por el rey afgano, al que antes había intentado derrocar, formando un ejército de 4000 hombres a su servicio. Fue durante esta travesía hecha en un elefante donde impresionó tanto al príncipe de Ghor, que este le propuso pasarle la soberanía si ayudaba a mantener la seguridad de su reino. Y así fue, se redactó un papel a modo de contrato entre ambos. Harlan ya tenía su reino que tanto anhelaba. 
Pero su logro duró bien poco, cuando volvió a Kabul para dar forma a su contrato e instalarse en Ghor, los británicos habían invadido Afganistán y no estaban para tonterías o historias raras, así que rápidamente fue expulsado de allí con su papel donde ponía que era futuro rey de Ghor. 
Antes de volver a los EEUU intentó buscar ayuda en el Imperio ruso pero fue tomado por “loco”. Volvió definitivamente a Filadelfia en el 1841, donde pasó sin pena ni gloria, autodenominándose general Harlan. 
Durante la guerra de Secesión norteamericana volvió a las andadas, formando la Brigada de Caballería Ligera Harlan, combatiendo en el lado de la Unión y buscando glorias, glorias que por contra fueron efímeras. 
En 1871, mientras planeaba ir a China para ofrecer sus servicios militares al emperador, muere en San Francisco. 
Harlan, que decía que una espada afilada y un corazón audaz suplantan las leyes del derecho hereditario, al igual que Dravot tampoco pudo conservar su reino. 

 “nos vamos de aquí para ser reyes”, dijeron Dravot y Peachey a Kipling.